15 julio, 2011

Desde la lluvia decido cómo romper los últimos retazos de conciencia que me quedan. Quedo mirando a mi alrededor: botellas, libros y velas, y escucho, con asiduo respeto, el tenue sonido de las partículas de agua, atravesándolo todo.
Me cuesta no pensar en ti. Y te quisiera a mi lado, sorbiendo las gotas que caen por mis mejillas de vez en cuando.
Repaso mentalmente nuestro encuentro. (Porque “tú” eres y serás siempre el mismo desde distintas perspectivas, en con distintos disfraces, “él” hombre).
Me hablaste de tantas cosas, como siempre. Eras el mismo. Yo había cambiado. Ya escribir no me hace falta, te dije. Tú eludiste mi comentario, como una bola de nieve, que no alcanzó a tocarte el rostro. No logré percibir esa conexión cósmica, ese nosequé de rayo de luz que alguna vez nos unió. No, había cambiado. Yo había cambiado.
Me observé en tu espejo, sin lograr reconocerme, sin recordarme a la mujer que soy ahora.
Trazo diagonales, ángulos obtusos que logro comprender. Me busco, me busco al fondo, y encuentro polvo cubriéndolo todo.


La ciudad mojada, goteando bellezas, me mantuvo con los pies frios y húmedos, bajo un paraguas azul. Mientras te pensaba. Mientras me encontraba. Mientras escuchaba a Pedro Guerra esparciendo melodías en mis oídos.
Tú. Tan lejos! Tanto! A kilómetros mentales de lograr alcanzarte… Pero con la esperanza vana de alcanzar tan sólo la punta de tus dedos para hacer contacto.

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